Ancestros
Ancestros
Después de vivir pasan a ser ancestros.
Yo no tengo descendencia. Soy un tronco seco.
Quedaré en la memoria y en los recuerdos.
Contactos pasados, presentes y …
Futuros, si los voy teniendo.
Vivía y pensaba. La niña a mi lado. Curiosa. Con ganas de entrar. Me preguntaba. El domingo. Quiere más.
Saciará su curiosidad.
Recordé, que no, cómo mi tía me enseñó a usar el ganchillo. Ella quiso aprender. La acompañé. Aprenderá. Querer saber es motivo suficiente para acceder.
Vine a hablar de mamá.
Pilar. Su tía, la que se refugió en Francia y no volvió le regaló el nombre.
A mamá se la consideraba la mayor. Iba tras una recua de hermanos varones. La responsabilizaron. Se hizo cargo de ese rol asignado por razón de género. Tras ella fueron naciendo otras. Eran tres. Mis dos tías y ella. Parece que se perdieron dos. Según recordaba mamá, Carmen y Libertad (nacida en días de exilio y guerra). Antes de ella no hubo cuenta.
La niña me preguntó. Le dije su nombre.
Tenía ganas de saber de mí. Le enseñé algunas fotos. Pocas. Las que encontré en mis blogs familiares.
Le gusta dibujar. Escribió algo. La orienté. Quiere aprender a leer. Yo, no se lo dije por no frustrarla, a los cuatro años sabía leer. Mi letra era un desastre. No me aplaudían por lo que sabía, me reprochaban errores. Frustraban y desmerecían.
Mamá estimulaba mis estudios.
Un mundo que discriminaba, te pisaba y humillaba. Querían aplastar y agrandar tu ignorancia.
Eran monjas. Clasistas. Enseñaban para mantener un orden y sus ventajas.
Estos días leo novelas de autoras japonesas. Me identifico con ellas. Nunca hubiera imaginado que pudiera haber tal paralelismo entre su mundo infantil y el mío. Salvando las distancias culturales.
En la mesa de la monja que nos daba clase había una hucha. Se iba llenando y se pintaba una ruta en un papel enganchado en la pared. Para los negritos. Para los chinitos…
Para sus alforjas.
Mi abuela Carmen. Mi abuelo Francisco. Sus padres.
Francisco. Pascual. Manolo. Antonio, el que recogió la tía y se lo llevó con ella, porque lo identificó antes de cruzar la frontera,estaba herido por una bomba que manipuló, en un puesto de la cruz roja. José María, el último en morir y más longevo. Ella y sus dos hermanas pequeñas.
Había dos camas para ellas. Mamá siempre dormía acompañada. Se la rifaban.
Cada uno distinto. Ser hermanos no te iguala. Te quieres. Te envidias. Riñes y haces las paces. Cada uno con su carácter.
Los otros ancestros vienen por mi padre que perdió a su madre en ese momento en que de niño pasaba a ser hombre, con una hermana y un hermano pequeño que necesitó leche. Sus condiciones en los primeros estertores de la posguerra en un pueblo del que salían y volvían andando a otros lugares.
A él fue mamá de recién casada. Enamorada. Mi padre tras treinta meses de mili. Una mujer para una casa. Suerte que se amaban y mi padre la valoraba. Malos tiempos para ser hembra.
Tierras. Campos. Casa propia. Miseria acuñada desde las élites.
Hambre y miseria.
Papá decía que su madre murió de necesidad. No superó una infección que hubiera curado con penicilina. Entonces se tenía que pagar y no estaba a mano.
Ni los niños ni las mujeres tenían valor.
Los niños eran futuros siervos y las niñas vientres para la reproducción.
No apuntaré a mirar desde lo actual. Suenan futuros con vetas de gris. La sanidad en manos especulativas. Explotación. ¡Qué puedo decir que no se vea venir!
No me olvido de dónde pací.
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