Evocando a mis vecinos del tiempo infantil
Melero
Los Melero eran nuestros vecinos amigos.
El abuelo se solía sentar en nuestro banco a la caricia del sol del invierno con un libro de vaqueros.
Jesús, su nieto, y yo jugábamos en su casa.
Había otros vecinos. Niñas y niños. La única que tenía esa proximidad era yo. Su madre, Alejandra, decía que para ella era una hija.
Delante de la entrada de su casa transcurría la acequia con una higuera a la que me subía.
Entrábamos y por la derecha, tras atravesar un espacio diáfano, donde se guardaban apeos y otras cosas, accedíamos a la zona de gallinas y conejos en conejeras.
A la izquierda la cocina. Delante al huerto con frutales y tras una pequeña puerta al Isuela, nuestro río.
El niño era menor que yo.
Hace mucho que no sé de él.
Nos encontramos una vez. Muy alto y delgado.
Empiezo a leer a William Faulkner y me transporto a ese mundo que viví.
Añadiré que en ese espacio diáfano, paralelo a los tres dormitorios seguidos uno de otro hasta la cocina, abrieron alguna vez un baúl cargado de libros.
Desde mi mirada creo que eran como algunos que llegué a encontrar en los encantes de Barcelona. Aquellos que en tiempos de la república enseñaban las cinco reglas y a pensar.
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