En Tenerías

 


Pan con vino y azúcar.

Pan con chocolate.

Si la leche había hecho nata al hervir, la comíamos sobre el pan con azúcar añadida.

A veces, a escondidas, mojaba con leche o agua una tajada de pan y le añadía azúcar. Un capricho que nadie me prohibió, pero que creí ocultar.

Cada día el porrón encima de la mesa de formica gris veteada. Aprendimos a beber en él.

Amerau, decía papá. Tinto oscuro con agua. 

De niña, esos vinos eran de casa. De los abuelos de Tardienta o del de Fañanás.

Remotos recuerdos.

Cuando compraron la casa de al lado ampliaron la vivienda con una nueva cocina y un comedor. Tuvimos nevera y televisión. Serían los sesenta. Con doce años me recuerdo haciendo deberes y estudiando en esa cocina.

La cocina anterior siguió allí. Se pensó hacer en ella un buen cuarto de baño con bañera, pero nunca se hizo.

Se unificaron las fachadas, pintándolas de amarillo mostaza. El amarillo elegido por papá. Un buen balcón en su habitación y uno de antepecho en el comedor.

Tuvimos un armario vitrina con espejo. Una mesa cuadrada, sillas y un sofá cama. Todo eso lo recuerdo con mis catorce años.

Puedo verlo en una imagen imprecisa.

De todas formas hay unas fotografías que nos hizo mi tío Pepe en ese comedor. Mi hermano con pantalón corto, de blanco y con fajín y pañuelo verdes. En blanco y negro. Yo de baturra. Muy niña. Unos siete u ocho años.

Desde que dispusimos de esa ampliación el pasillo iba de la puerta de entrada a una puerta que llevaba a un gran mirador. Un espacio maravilloso en el que transcurrieron mis mejores momentos conmigo misma. En los balcones y en él mi madre se expandió con sus macetas. Tenía muy buena mano para las plantas. Las flores se le daban bien.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Llegir mou el pensament

Evocando a mis vecinos del tiempo infantil

De rodillas