Mis notas en papel
Mis notas en papel
Nunca escribí un diario. Apenas dejé anotaciones. Muchas veces borre mi rastro. Los quemé. Tuve a mi alcance la caldera de la calefacción. Era mi adolescencia. Escribía poemas. Me carteaba con ese novio que estuvo en mi vida en ese periodo.
Es la época de empezar a salir del pensamiento único.
Conversaciones, lecturas y películas me abrían los ojos.
Dejé muy poco rastro escrito.
No dejarlo no tiene mayor importancia, porque escribir a lo largo de ese periodo de mi vida supone experimentar con el lenguaje.
Mis primeras lecturas importantes vinieron de la mano de mis profesores y profesoras. Aquellos trabajos supusieron una guía, que amplié con esas personas que se aproximaban al concepto de amistad, pero que no he dejado en él.
Muy pronto supe que mi origen me hacía vivir en dos espacios de socialización. Tuve relaciones de comunicación intelectual y afectivas en esos dos espacios.
Disfrutaba del mundano mundo que se abría a mi paso, al margen de lo académico.
Fue decisivo el gusto por el baile que adquirí un verano yendo a esos sitios con mi prima de Lérida.
Bailar al ritmo de músicas nuevas para mis oídos.
El baile siempre me reportó satisfacción.
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