Docencia

 


—En realidad no es tan complicado —me dijo, dejando en mis manos el tejido para bordar.

Nerviosa empecé a colocarlo en el bastidor, sin levantar la vista.

—A qué esperas —añadió, llevándome a temblar.

Sentía su presencia encima mío. Me sentía incapaz de dar la primera puntada. Tenía en mi mano la aguja enhebrada con el verde. Ese color de hierba mojada que siempre sería especial para mí. “Verde como el trigo verde. Verde como la albahaca”.


Han pasado los años y todavía siento su aliento.

Aquella mujer dentro de su hábito nos tenía a todas acoquinadas.

No puedo recordar su nombre. Sor, no sé qué. Hermana.

Esos años en el colegio de monjas fueron lo peor de mi infancia.

Pasados los años, cuando cursaba Magisterio, quisieron verme. Alguien me pasó su ofrecimiento. Tengo un recuerdo remoto de ese encuentro. Ni siquiera puedo asegurar que me entrevisté con la misma persona. No me extrañaría que fuera así.

Mi sensibilidad emocional hizo que en ese periodo educativo se me infravalorara. 

Suerte que salí de allí.

Que me quisiera ver, me hace pensar que tuvo conocimiento de mi proceso, después de irme de su colegio.

He dedicado mi tiempo a la docencia. 

No es la mejor manera la que recibí.


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