Sobrevivo
He amanecido que estaba oscuro.
Tercer día, o cuarto, con dolor de cuello. El peor soporte en esa situación la almohada.
Paso tiempo con pantallas, y no sé si tejer tiene algo que ver.
Intento buscar posiciones menos cruentas.
Mi codo no se rehabilita.
Me preparé con dos calcetines viejos, en desuso, una codera, siguiendo la sugerencia de un vendedor de miel al que suelo acudir.
El treinta tengo cita de trauma.
Mis caderas se resienten.
Mucha casa en los últimos meses.
Creo que mis músculos y tendones se duelen.
De mis articulaciones, no digamos.
De pronto la consciencia.
No sólo son arrugas y canas.
He abierto la casa a la calle. Subiendo persianas.
Recogida de escombros de trabajos de albañilería.
Muchas reformas.
Venden y/o alquilan.
Han hecho de la vivienda su maná.
No es cosa mía. Lo de maná. Tras las paredes, se oyó en una discusión de herencia del piso de al lado, allá donde en febrero se nos acaba el contrato.
Aquí calma. Es nuestra casa. A puro de esfuerzo. Tras pagarle intereses a ese banco que cobra por cualquier gestión que le pides, para disponer del poco dinero que de ti tiene.
No tenerlo te pone contra las cuerdas. Siempre toca apañar y apañarse.
He pensado en ese trabajador que iba haciendo esa recogida. Ha dejado aquello que no estaba bien ubicado.
El viernes fue recogida de trastos.
En medio de un descanso interrumpido pude catar sus acciones.
Personas que ofrecen su tiempo para que todo esto rule.
La ciudad no duerme.
Entre mis grietas y esas muchas acciones que hacen ruido me cuesta relajar mi mente y físico.
No esperaba cambio tan drástico.
Se dice que ese metamorfismo se da incontinuo.
De pronto. Sin previo aviso.
Estoy en mi décimo ciclo.
De siete en siete. Un nuevo mapa que conservo identitado.
¡Soy yo!
Me lo digo.
Mis recuerdos se diluyen.
Mi creatividad disminuye.
Sobrevivo.
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