Muralla

 Amurallados 

Amurallados en los nichos, mal llamados piso o apartamento, de cama, aseo, cocina y salón.

Sala, se lo oía a mis parientes de tierras monegrinas y hoya de Huesca, donde se recibía, porque la vida diurna se daba en esa cocina de fogón y cadiera.

Grandes cambios, pensamos evolucionamos.

La casa, no es casa, es la colmena.

Los de abajo y arriba, los de los cuatro costados. Unos enfrente otros detrás.

Nos molestamos.

Normas hay para ruidos que puedan incomodar.

Aparatos iluminados como antiguas fogatas, donde las pantallas silencian desgracia y soledad.

A cualquier hora, la calle ilumina con semáforos y farolas. Ventanas son faros en esa noche insomne. 

Las estrellas no nos pueden titilar porque la noche de ciudad no las deja diferenciar. Ellas iluminaron en años luz ese parpadeo que queremos significar.

Cuando mi madre expiró en una estrella la quise significar.

¿Quién mirará ese cielo desde ese mismo lugar?

Desconozco quienes llegaron a habitar bajo las estrellas que esos días me quisieron consolar.

Perder el norte en mi caso fue no volver a la ciudad.

Sin mi padre y mi madre, allí no tengo lugar.

Habito en un enjambre de proximidad de extraños que si en la calle nos cruzamos no nos sabemos y por ello no nos saludamos.


He ido a la cocina, iluminada por la luz del próximo que comparte la simétrica de las paredes que habito y entra por otro portal, y he vuelto con el mantra de que estamos amurallados en una proximidad tan estrecha que nos bastaría sacar la mano y tocarnos. Y sin embargo nos ignoramos. Nos evitamos.

No era así en mi ciudad natal.

Estamos o están de paso. Alquileres con caducidad.

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